Como todos los años, ya nos llegaban las vacaciones de verano en el colegio. Tenía muchas ganas ya que este año nos íbamos a juntar toda la familia para disfrutar de unos días de sol y playa.
Por fín llegó el día tan esperado, era un día soleado y muy caluroso de una mañana de agosto, nos reunimos toda la familia en la playa, y se nos ocurrió la idea de alquilarnos un barco para dar un paseo por el mar.
Nos lo pasamos genial, estuvimos todo el día riéndonos, disfrutando del mar, vimos a nuestro alrededor delfines, nos enseñaron a pescar.
Pero la tarde iba cayendo y teníamos que regresar al puerto, ninguno de nosotros tenía ganas de llegar a puerto porque la experiencia había sido increible, siempre la recordaríamos.
Pero para alegrarnos nos dijeron que cenaríamos en un restaurante del puerto con vistas al mar.
La idea nos pareció fabulosa, así que así se hizo.
Nos sentamos todos alrededor de una mesa larga y rectangular y empezamos a pedir cosas típicas de la costa: almejas, langostinos, sardinas asadas...
Todo transcurría perfectamente, hasta el momento que el abuelo desapareció de su silla.
Nadie sabía donde se había metido, porque nadie le había visto marchar.
Le estuvimos buscando por todas partes y sin ningún rastro de él. A la salida del restaurante vimos un gato negro que nos llamó la atención porque no se separaba de nosotros y nos perseguía constantemente.
Entonces empezamos a llamar al abuelo por su nombre y el gato empezó a maullar y a acercarse y pegarse a nosotros.
En ese momento descubrimos que era el abuelo que se había convertido en gato.
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